El 26 de noviembre de 2021, Diana Pérez tuvo que salir de Nicaragua por puntos ciegos. Cruzó la frontera con Honduras en busca de la tranquilidad que le negaban en su propio país.
Viajaba con pocas maletas, poco dinero y el corazón roto porque dejaba a sus dos pequeñas hijas. Atrás, también quedaban largos años de trabajo que la llevaron a cumplir el sueño de ser la vocalista principal de varios grupos musicales.

Mientras viajaba, se recordaba sobre un escenario, micrófono en mano, cantando a todo pulmón en el Muellecito del Malecón de Managua, ahora transformado en el Puerto “Salvador Allende”. Lloró en todo el camino y se sintió tentada a regresar, al fin y al cabo nada la esperaba en otro lugar y más bien atrás, estaba todo el tesoro que le cabía en el alma. Pero no podía y lo sabía bien.

“No podía seguir viviendo en Nicaragua”, cuenta para este reporte. “Todo se estaba complicando, no tenía paz, en mi barrio (Linda Vista de Managua), los simpatizantes de la dictadura me tenían fichada como opositora, sin haberme metido en nada, ni siquiera asistí a las marchas ciudadanas de 2018, porque estaba embarazada”, relata Pérez.

Pero en Nicaragua desde el 2018, “los matones” y represores del gobierno no necesitan leyes ni procedimientos para actuar contra ciudadanos. Acechan, reprimen y hasta después preguntan si era el sujeto correcto. En varios departamentos un simpatizante del régimen Ortega-Murillo es un abogado que acusa y un juez que condena junto a la Policía. En otros, como Managua, basta su denuncia para que el señalado sea secuestrado, vaya a juicio y sea condenado, previas torturas y otras coacciones.

A Perez “le echaron el ojo” porque nunca apoyó al régimen. Más de una vez recibió la visita “del compañero” del barrio para preguntarle porque no colocaba la bandeja rojinegra en las afueras de su casa en los días que ellos consideran deben hacer algún “saludo revolucionario”. “Ellos creen que si no estás a su favor, estabas en contra”, reflexiona Pérez.

Alguien con talento

Desde los diez años Diana cantaba. Y muy pronto se convirtió en una conocida cantante de grupos musicales que tocaban y amenizaban en los bares y restaurantes del Muellecito del Malecón de Managua.


Llegó ahí desde que el dueño del grupo “Poder Caribe” la escuchó cantar en un karaoke y llegó a convencer a su mamá para que le permitiera trabajar de vocalista. Le tocaba cantar todos los géneros, cumbia, salsa, merengue y techno-banda. A ninguno le rehuyó. Era feliz haciendo lo que más le gustaba.

“Recuerdo que desde los tres años, me subía a una mesa a cantar y ponía a mis muñecas de público. Siempre soñé con poder vivir el ambiente de un escenario, con el público y los aplausos”, dice Diana quien ahora vive Chicago, Estados Unidos, adónde llegó después de aquella travesía de hace tres años.

Pérez es desde hace meses la voz femenina de “La Banda Gusanito de Maguey”, una agrupación de músicos mexicanos a los que le va muy bien y que amenizan fiestas latinas y propias de ese país cada fin de semana. Ella cree que aquel sacrificio de hace un par de años, tiene al fin una recompensa. “Me siento muy contenta”, asegura.

Camino difícil

Pérez, quién nació en Estelí y se crió en Managua, relata que no fue fácil llegar a Estados Unidos. En Honduras y Guatemala, le robaron dinero y otras pertenencias valiosas. Estuvo un año en viviendo en México, dónde sobrevivió cantando en bares, restaurantes y fiestas privadas. Hasta consiguió la residencia mexicana, pero como su idea siempre fue llegar a los Estados Unidos, en 2022 cruzó la frontera y se estableció en Chicago.

“Aquí canto los fines de semana con la Banda Gusanito de Maguey, me conocen como ́la nicaragüense más mexicana’. Cuando no estamos tocando, trabajo con mi esposo limpiando vehículos o instalando alfombras en una empresa del dueño de la banda”, comparte.

La nicaragüense dice que, cantando en la banda se gana 100 dólares por fiesta y que mejora a 200 dólares cuando se presenta como solista. En la banda tocan techno, cumbias y regional mexicana. “Siento que a la gente le gusta mi trabajo”, señala en tono feliz.

“En la banda estamos por sacar un disco propio, ahora trabajamos en el arreglo del disco que saldrá en dos meses. Me siento animada, porque estoy convencida de que tengo futuro en la música”, afirma la nicaragüense.

El lado malo, lejos de sus hijas
Aunque Pérez dice estar logrando algunas cosas que como cantante un día soñó, como persona siente que su mayor frustración es no tener con ella a sus hijas de ocho y cinco años. “No he podido traerlas, allá (en Nicaragua) mi mamá me las cuida, es un sufrimiento no estarlas viendo crecer”, apunta.

“Mi sueño es tocar el corazón de la gente con la música. Sentir hasta mi último día de vida, esa seductora sensación que provoca el aplauso del público. Con eso he caminado la mitad de mi vida. La otra mitad, la lograré cuando me haya encontrado con mis hijas”, dice.
Pérez cree que hay más para ella en esta vida y que por eso debe seguir trabajando, aunque sea un día instalando alfombras y limpiando vidrios de vehículos y otros cantando en los escenarios. “Hago lo que me gusta en tierras extrañas y hay mucho más por hacer y más que lograr, estoy segura”, dice la esteliana.

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